Sobre el orador by Marco Tulio Cicerón

Sobre el orador by Marco Tulio Cicerón

autor:Marco Tulio Cicerón [Cicerón, Marco Tulio]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Filosofía
editor: ePubLibre
publicado: 2019-10-24T16:00:00+00:00


Antonio sobre la disposición y organización del discurso (307-332)

76 307»Así pues, vuelvo ahora, Cátulo, al punto por el que tú me alababas, al orden y disposición de los temas y los recursos oratorios[327]. Su fundamentación es doble: la una, la que conlleva la naturaleza de las causas, y la otra, la que el juicio y prudencia del orador procura. Pues el decir unas palabras antes del tema que nos ocupa, el exponerlo a continuación, conseguir su aprobación asegurando nuestras posiciones, refutar las del contrario, concluir y terminar de hablar, eso lo prescribe la esencia misma de la oratoria[328]; pero el decidir lo 308 que hay que decir para informar de nuestro asunto y hacerlo bueno, y cómo hay que disponerlo, eso es muy particularmente propio de la prudencia del orador. Y muchos argumentos se nos ocurren y muchos que dan la impresión de que nos van a ser útiles en nuestro discurso; pero de estos unos son tan fútiles que no habría que tenerlos en cuenta; otros, aunque suponen alguna ayuda, son a veces de tal modo que encierran alguna tara y la aparente ventaja no es 309 tanta como para compensar algún posible perjuicio. Y en cuanto a los que son útiles y sólidos, si con todo resultan, como suele suceder, muy numerosos, pienso que de estos hay que separar y apartar del discurso los que resultan más ligeros o los que son semejantes a otros de más peso: pues es verdad que, cuando estoy reuniendo los argumentos de una causa, no tanto los cuento como los sopeso.

77 310»Y puesto que —como ya he dicho más de una vez—, tratamos de conducir al auditorio a nuestra opinión por tres caminos —informándolo, conciliándonoslo e influyendo en sus sentimientos—, de éstos tan sólo uno hemos de presentar, dando así la impresión de que no hacemos otra cosa sino informar. Los otros dos, como la sangre en el organismo, deberán impregnar todo nuestro discurso; pues tanto el comienzo como las restantes partes del discurso, de las que un poco más tarde trataremos brevemente, deben encerrar en buena medida esa posibilidad a fin de que puedan ser adecuadas para cambiar los sentimientos de aquellos ante quienes 311 se actúa. Pero aunque el exordio y el epílogo son los lugares más apropiados para esas partes del discurso que, sin resultar útiles en la argumentación, son en cambio muy eficaces en la persuasión y cambio de sentimientos, a menudo resulta útil apartarse de la exposición y la argumentación para dar un vuelco a los sentimientos. Y así, incluso después 312 de la narración y de la exposición frecuentemente ha lugar a cambiar la actitud del auditorio, ya si se ha afianzado nuestra argumentación o si se ha refutado la del contrario, o en ambos supuestos o en cualquier otro lugar, si la causa tiene suficiente dignidad y entidad, esto puede hacerse sin desdoro. Y son causas de enorme entidad y contenido las que tienen muchos puntos que posibilitan una digresión de este tipo, de manera que sea posible utilizarlos para impulsar o aquietar las pasiones del auditorio.



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